La belleza de lo sutil
Al ver la obra del joven artista Yampier Sardina que ocupa este espacio en la Acacia solo podemos decir: aquí está la pintura con toda su fuerza y su delicadeza, su misterio y su simplicidad, su riqueza y pobreza, su espíritu y su materia.
Es una verdad que nos comunica sus trabajos, la profunda verdad del arte, un arte como el suyo que no necesita grandes gestos para ser elocuente, para emocionarnos. Porque su pintura está llena de emoción, tiene, en unas palabras, el temblor de las cosas vivas, las cosas que poseen alma. Lo que mas caracteriza su quehacer pictórico son los grupos de objetos que constituyen, una y otra vez, el tema de sus creaciones, el motivo de sus naturalezas muertas, sus bodegones. Se trata de un mundo de objetos neutros: botellas, jarros, tasas, libros, misteriosas cajitas de enigmático contenido… alguna cafetera … Bañado siempre en una luz monocorde, sin estridencias, una luz que a veces no sabemos de donde viene, pero que esta presente para que los objetos respiren en su opacidad. Por que hay siempre un cierto temblor, una vibración en los contornos, un huir del límite recortado, de cualquier contraste violento. Pero quedaríamos estancados si nos conformáramos con esto. Detrás hay mucho mas: la sempiterna lucha entre lo antiguo y lo moderno, lo singular y lo cotidiano, y dentro, por supuesto el hombre que aunque no se ve, se intuye. Ahí esta la realidad en que se mueve, con sus contradicciones, con su vida.
En el contacto agradable con la obra de Yampier, la pupila se estremece y sentimos después que el gusto se alimenta con tanta perfección. Austeridad y sutileza conviven y se tutean en los cuadros del Artista. Austeridad casi monacal: la austeridad que respira su estudio en Guanabacoa. Simplicidad, pureza, alejamiento de todo artificio, de cualquier retórica destinada a embellecer algo que no busca el tipo de belleza que puede proporcionar el ornamento, el afeite, el relucir de la superficie. Una belleza en profundidad; la belleza de lo sutil, de lo secreto, del intervalo de silencio entre nota y nota, entre palabra y palabra. Sutileza y austeridad de color, es, sin duda, lo que aporta encanto a esta pintura, en las que emerge una enorme riqueza de matices, pero al mismo tiempo, una sabia contundencia en la definición de los cuerpos y los espacios.
Masa de color que definen las formas, sin perder nunca su identidad. En unos casos las tonalidades pueden ser próximas, en otros, distantes, pero nunca contradictorias. Son mas bien presencias que determinan formas, donde el factor tiempo juega un importante papel. Es como si el tiempo se hubiese acumulado en estos objetos , dejando su huella en forma de polvo, o ¨herida¨ en la piel de un libro o en la vieja pared, matizando la luz, dando por momento un toque de cansancio a las pinceladas, en las que nos enseña a valorar lo casi insignificante, a descubrir la poesía que puede hallar la mirada en el simple juego de relaciones de color, de espacios llenos de vacíos.
Pintura ensimismada la suya, silenciosa, o mejor dicho, susurrante, que expresa en voz baja, como si hablara para sí. Quizá éste es el gran secreto de su quehacer: un dialogo consigo mismo a media voz, pero afirmando verdades incontrovertibles, verdades que se pueden decir con pocas palabras, resonantes como voces lejanas, en el silencio que las envuelve. Porque hay grandes dosis de silencio en su pintura. Esa que nos invita a la reflexión, a revivir el dialogo que a establecido previamente el artista con el tema. Una conversación casi exclusivamente de miradas que mucho dicen.
Toni Piñera, director de la galería la Acacia, la habana
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